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Hasta siempre, Maestro Flores.

Por: Héctor Herrera

 

 

 

Un día de octubre de 2014 entró por la puerta del taller un señor con una gorra de marinero y una gran barba blanca que en la mano cargaba un tubo. Preguntó por mí; su voz era cortante y su caminar extraño, su manos terminaban de decir lo que su voz no alcanzaba.

 

-Me dijeron que aquí compraban arte, traigo unos grabados- dijo sin siquiera saludar. Aunque no me interesaba comprar nada en ese momento, lo invité a pasar porque algo en él llamó mi atención. Sacó unos grabados y reconocí su trabajo: eran los que yo había visto en muchos lugares y narraban la faena pesquera de Ensenada. Vimos todo lo que traía pero al final no vendió nada: recibió una propuesta para exponer como invitado especial en el aniversario de la Galería Petanca.

 

No quería exponer y, al ver mi insistencia, colocó las viseras oscuras sobre sus lentes. Molesto, abandonó mi taller con el mismo paso con el que llegó. Le pedí sus datos pero no tenía teléfono ni correo, nos dio un número al que le pedí a mi asistente que llamara hasta convencerlo de que fuera nuestro invitado especial. Pasaron los meses. Habíamos dado por perdida la posibilidad cuando volvió a cruzar la puerta con su mismo caminar, pero portando una camisa floreada.

 

Esta vez no traía tubo bajo el brazo. Llegó con una actitud diferente, hizo preguntas acerca del CRIA y lo que tenían que hacer los artistas para aplicar. Le invité una copa de vino y aceptó.

 

Me habló de su situación y me hizo ver la intención de ser parte del CRIA. Aceptó exponer en el aniversario de la Galería, pero no firmamos porque su convicción era clara: lo habían corrido de su casa y no tenía donde vivir, así que esa misma tarde llegó con una caja de libros y una maleta. Tomó como base el cuarto de residentes que ocupó cinco meses. Así llegó a mi vida Leonel Flores, un artista cuya trayectoria iba a dejar uno de los legados mas importantes de la gráfica bajacaliforniana.

 

Al convivir con el Maestro noté que su producción en ese momento era casi nula, sobreexplotaba sus placas y no tenía mucha producción reciente, lo cual iba contra los estatutos de residencia del CRIA. Traté de convencerlo de empezar una nueva serie de grabados pero lo rechazó categóricamente. Uno de los pasajes más tristes de la vida del Maestro lo alejó de lo que más le gustaba hacer: grabar en linoelo. Intentamos entonces acercarnos al lado más amable de su producción: el dibujo.

 

Cerramos el trato de producir 10 obras de gran formato, un extracto de sus obras, y aislar a los personajes para hacerlos protagonistas únicos con fondos blancos para no ganar protagonismo a los personajes.

 

En diciembre, la exposición se acercaba. Llegaron las vacaciones y sólo nos quedamos el Maestro y yo trabajando. Dentro de las cosas que trajo de su casa estaban varias esculturas que abordaban el mismo tema: los pescadores.

 

Le pedí que me guiara para hacer un busto. Aceptó. Esa misma tarde conseguí el material y al día siguiente la estructura para lo que quería hacer estaba hecha. Con gran ánimo de compartir su conocimiento, todo fluyó de manera positiva. Además, me presentó a quien más adelante sería uno de los colaboradores del CRIA: su tocayo y gran amigo, Leonel Vaca.

 

Tres semanas más tarde ya tenía mi primer escultura en la fundición y trabajábamos en tres más. El Maestro apoyaba con sus conocimientos, Vaca con los moldes y yo modelaba las piezas.

 

En aquel entonces el Capitán Thompson frecuentaba el taller, donde tomaba clase de dibujo. Hablábamos sobre la falta que hacía un monumento a los pescadores de Ensenada al tiempo que yo le presentaba el trabajo del Maestro Flores. Así empezó el proyecto del monumento a los pescadores de Ensenada en el que el Maestro Flores figuraba como escultor principal del proyecto.

 

Llegó la fecha de la exposición. Las fiestas del CRIA eran un ambiente de mucho baile, vino y comida. El Maestro Flores el invitado de honor. La retrospectiva de su trabajo ocupó todo el espacio de la galería y las paredes del taller. Sin lugar a dudas ha sido una de las exposiciones más bonitas y contundentes en el CRIA.

 

El Gobierno rechazó dos veces el proyecto del monumento. La relación con el Maestro se fue deteriorando hasta que decidió irse del taller y, al poco tiempo, del departamento de residentes. El lazo no se rompió del todo: el Maestro Flores rentó el departamento de a lado en el mismo edificio que ocupó hasta morir.

 

Tres años después, el proyecto del monumento fluyó como se esperaba, pero el maestro Flores ya no sería el escultor del proyecto. La relación con él había sufrido un alejamiento importante y cada vez manteníamos menos contacto. Cuando empezó la obra del monumento, me pareció indispensable que mi mentor en la escultura fuera parte, así que con la intervención de Vaca lo invité. Acordamos que el maestro hiciera el boceto del buzo de escafandra para el monumento, el CRIA lo realizaría. La relación con el maestro tomó buen rumbo de nuevo y, con la llegada de TADO y los residentes en turno al taller, la amistad y los convivios regresaron entre nosotros.

 

El maestro vivió sus últimos años en el mismo lugar que cuando llegó a Ensenada. El CRIA del Centro fue la casa de uno de sus mejores amigos, Juan Valdez, pintor Ensenadense que tuvo su taller y una galería en el mismo edificio en que el CRIA y el maestro vivieron sus últimos años. Aun cuando siempre fue una persona muy reservada, el Maestro tuvo muchos amigos que lo quisimos y respetamos mucho. El día del sepelio, su hijo nos hizo saber que ver a su padre convivir con nosotros le daba tranquilidad y le restaba preocupaciones por su padre. En efecto, el Maestro regresó a sus rumbos de tal manera que dejó una huella imborrable en la vida de quienes tuvimos la fortuna de convivir con él durante años.

 

Descanse en paz Maestro Flores. Lo recordaré toda mi vida con mi eterno agradecimiento por sus enseñanzas.

 

CRIA, Tigre, Abril del 2019.

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